En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguro de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo "Oren, para no caer en la tentación." Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba: "Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya." Entonces, se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
(Evangelio de san Lucas 22:39-44)
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