Lectura de la carta del Apóstol San Pedro (1 Pd 2:1-8)
1 Renuncien a toda maldad y a todo engaño, a la hipocresía, a la envidia y a toda clase de maledicencia.
2 Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra, que los haré crecer para la salvación,
3 ya que han gustado qué bueno es el Señor.
Me encanta cómo empieza el segundo capítulo de esta carta: primero, una exhortación para que cambiemos nuestra conducta y eliminar todo el mal, el engaño, la falsedad, la envidia; y segundo, las palabras hermosas que escuchamos en la entrada del segundo domingo de la Pascua, "Como niños recién nacidos..."
Bueno, San Pedro terminó el primer capítulo escribiendo sobre el amor de los hermanos cómo hijos de Dios, y la exhortación del renuncio del mal va muy bien con ese tema. La transición a la figura de los niños recién nacidos es hermosa. A veces nosotros pensamos que la eliminación de los vicios y de la conducta fea es solamente una cuestión de fuerza individual, algo pesado y riguroso. Es cierto que tenemos que luchar y batallar, pero considera la figura de los bebés recién nacidos: completamente sin fuerzas, totalmente indefensos, incapaz de ayudarse a uno mismo.
La liturgia aplica este texto a los recién bautizados: son como bebés recién nacidos a una vida nueva de la gracia. Estos versículos son una exhortación a tener la sinceridad y la sencillez de los niños. Igual como los niños pequeños claman por comida, los cristianos deben anhelar el alimento espiritual que está en la Palabra de Dios y en los sacramentos. San Beda comenta: "Como los niños tienen un deseo natural por la leche de sus mamás... así también ustedes deben desear a conocer los rudimentos de la fe... para que, aprendiendo bien, llegarán a conocer el Pan que ha bajado del cielo, por medio de los sacramentos de la Encarnación del Señor; estos sacramentos les dan un nuevo nacimiento, y les dan el alimento para poder contemplar la majestad de Dios."
4 Al acercarse a él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios,
5 también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo.
6 Porque dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido.
El bautizo nos hace miembros de la Iglesia. San Pedro utiliza la idea de la construcción de un edificio para explicar que los cristianos juntos forman el único, verdadero pueblo de Dios. La Iglesia es como un edificio espiritual del cual Cristo es la piedra angular que sostiene la estructura entera.
No es siempre fácil entender dónde, cómo, cuándo edificamos a la Iglesia en conexión con Cristo. Algunos tienen vocaciones religiosas, otras laicas; otros son sacerdotes o misioneros. Hay miles de circunstancias en que el cristiano puede participar en la edificación de la Iglesia, o públicamente o en privado. Siempre empezamos con el cumplimiento de la ley de Dios, con la ley moral, con los requisitos de nuestra vocación; en la participación en la vida sacramental, especialmente en la Eucaristía. Luego, inspirados por el Espíritu Santo, animados por el amor de Cristo, buscamos la manera de ayudar en esta construcción espiritual.
7 Por lo tanto, a ustedes, los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular:
8 piedra de tropiezo y roca de escándalo. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada.
Aplicando a Cristo lo que el profeta Isaías declara de Yahvé, San Pedro enseña que los que no creen en Cristo, la piedra angular se convierte en la piedra de tropiezo. Así predicó san Simeón a la Santísima Virgen en el templo. Dios no quiere la condenación de nadie, sino que todos se salven, y por eso se encarnó Jesucristo; pero para que un hombre se salve, se necesita su respuesta libre, y es posible oponerse a la voluntad de Dios, a su plan salvífico, y rechazar la gracia. Hermanos, recemos por todos los seres humanos, para que el Señor les ilumine mucho durante este tiempo de la Cuaresma. Por los ateos y los agnósticos, por los tibios en su fe, por los fervientes; por los laicos, religiosos, y sacerdotes; por los obispos y el papa...
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