"Tomás, uno de los Doce, sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: '¡Hemos visto al Señor!' El les respondió: 'Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.' Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: '¡La paz esté con ustedes!' Luego dijo a Tomás: 'Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.' Tomás respondió: '¡Señor mío, y Dios mío!' Jesús le dijo: 'Ahora crees porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!' (Juan 20:24-29)
La fiesta de santo Tomás Apóstol se ha celebrado tradicionalmente el 21 de diciembre en la Iglesia latina: es una gran fiesta de un gran apóstol, y se celebra en este día porque se considera la fecha de su martirio. Nosotros consideramos hoy algunos puntos de la vida de santo Tomás Apóstol.
Uno, cuando pensamos en este santo, casi todos le decimos "Tomás el Dudoso," o "Tomás el Incrédulo." Es cierto que dudó, que acabamos de leer en el Evangelio de San Juan; pero sólo fue un momento en una vida de mucha fe. Tal vez podemos pensar en otros aspectos de su personalidad y de su vida.
Dos, que santo Tomás hizo una declaración de fe, que, hasta la fecha, mucha gente repite en la elevación de la Sagrada Hostia y de la Preciosísima Sangre: Señor mío y Dios mío. Quizás podemos incorporar esta hermosa frase en un acto de la presencia de Dios o en una comunión espiritual. Cierra los ojos por un momento, respira profundo, y recuerda que estás en la presencia de Dios. Dile al Señor, desde tu corazón, "Señor mío y Dios mío." Repítelo dos veces más. Es una bonita manera de ponerse en la presencia de Jesús y hacer un acto de fe en la Eucaristía.
Tres, según una tradición antigua y piadosa, santo Tomás fue a la India a convertir a la gente al cristianismo, en el nombre y con el poder de Cristo. Luego él dio su vida en el servicio del Señor: fue encarcelado, torturado, y finalmente degollado en la India. ¿Qué esperamos nosotros del servicio del Señor? ¿De verdad creemos en la misión de la Iglesia de evangelizar a todos? ¿De verdad creemos, como santo Tomás, que es mejor sufrir la persecución, la tortura, la cárcel, y la muerte que negar a Cristo?
Terminamos con las palabras de un padre muy santo que hizo comentarios sobre la liturgia de la Iglesia:
Esta es la última fiesta que la Iglesia celebra antes de la gran Natividad de su Señor y Esposo. Ella interrumpe las Ferias Mayores para rendir su homenaje de honor a Tomás, el Apóstol de Cristo, cuyo glorioso martirio ha consagrado este vigésimo primer día de diciembre, y ha procurado para el pueblo cristiano un poderoso patrón, que les presentará el Divino Bebé de Belén. A ninguno de los Apóstoles se le podría haber asignado tan bien este día como a Santo Tomás. Era santo Tomás a quien necesitábamos; Santo Tomás, cuyo patrocinio festivo nos ayudaría a creer y esperar en ese Dios a quien no vemos, y que viene a nosotros en silencio y humildad para probar nuestra fe. Santo Tomás fue una vez culpable de dudar, cuando debería haber creído; y solo aprendió la necesidad de la fe por la triste experiencia de la incredulidad: él viene entonces más apropiadamente para defendernos, por el poder de su ejemplo y sus oraciones, contra las tentaciones que la orgullosa razón humana podría despertar dentro de nosotros. Oremos a él con confianza. En ese cielo de Luz y Visión, donde su arrepentimiento y amor lo han colocado, él intercederá por nosotros y ganará para nosotros esa docilidad de mente y corazón, que nos permitirá verlo y reconocerlo, quien es el esperado de las naciones; y quien, aunque es el Rey del Mundo, no dará más señales de su majestad que los pañales y las lágrimas de un Bebé. (Dom Prosper Guéranger, El Año Litúrgico)
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