Lectura de la Segunda Carta de san Pedro (2:1-11)
1 En el pueblo de Israel hubo también falsos profetas. De la misma manera, habrá entre ustedes falsos maestros que introducirán solapadamente desviaciones perniciosas, y renegarán del Señor que los redimió, atrayendo sobre sí mismos una inminente perdición.

3 Llevados por la ambición, y valiéndose de palabras engañosas, ellos se aprovecharán de ustedes. Pero hace mucho que los juicio los amenaza y la perdición los acecha.
San Pedro tiene palabras fuertes para los falsos profetas, y antes de refutar sus errores (ellos niegan la resurrección del cuerpo de los fieles), Pedro quiere denunciar su conducta inmoral, en particular, su avaricia y su impureza. Es obvio que estos falsos profetas ya están trabajando entre los fieles, que eran miembros de la Iglesia que se desviaron del camino. Esto estaba pasando mientras San Pedro todavía vivía; ¿cómo no va a pasar en estos tiempos también?

4 Porque Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los precipitó en el infierno y los sumergió en el abismo de las tinieblas, donde están reservados para el Juicio.
5 Tampoco perdonó al mundo antiguo, sino que desencadenó el diluvio sobre una tierra poblada de impíos, preservando sólo a ocho personas, entre ellas a Noé, el heraldo de la justicia.
6 También condenó a la destrucción y redujo a cenizas a las ciudades de Sodoma y Gomorra, para que sirvieran de ejemplo a los impíos del futuro.
7 En cambio, libró a Lot, el justo, que estaba afligido por la conducta licenciosa de esos hombres sin ley;
8 porque teniendo que vivir en medio de ellos, su alma de justo se sentía constantemente torturada por las iniquidades que veía y escuchaba.
Ahora San Pedro nos da unos ejemplos de la Sagrada Escritura de cómo el Señor castiga justamente a sus hijos. Empieza desde el principio, con los ángeles del cielo que pecaron en desobedecer a Dios, que no fueron perdonados. Los ángeles nunca van a ser perdonados de su pecado porque ellos, teniendo el intelecto intacto desde el principio, escogieron en contra de Dios. Nosotros los seres humanos, con el intelecto oscuro y la voluntad débil por causa del pecado de Adán, tenemos acceso a la redención por el sacrificio de Cristo.
Dios "perdonó al mundo antiguo" por medio del diluvio, e hizo la promesa que nunca jamás castigará al pueblo de esa manera. El diluvio sirve como una figura del bautizo. "¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo hemos sido sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva." (Rom 6:3-4) El castigo es también para nuestro bien, si tenemos la identificación con Cristo en su muerte y en su Resurrección.

9 El Señor, en efecto, sabe librar de la prueba a los hombres piadosos, y reserva a los culpables para que sean castigados en el día del Juicio,
10 sobre todo, a los que llevado por sus malos deseos, corren detrás de los placeres carnales y desprecian la Soberanía. Esos hombre audaces y arrogantes no tienen miedo de blasfemar contra los ángeles caídos,
11 mientras que los ángeles superiores en fuerza y en poder no pronuncian ningún juicio injurioso contra ellos en la presencia del Señor.

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